Capri y Sorrento
Desde Nápoles fuimos Capri, una de las islas en la bahía de Nápoles. Tomamos el ferry desde el puerto de Nápoles y llegamos en unos 40 minutos. Cuando llegamos corrimos por el muelle para alcanzar los botes a motor que llegan a la famosa Grotta Azzurra. Hay que apurarse pues estos botes sólo te llevan a la boca de la gruta, luego hay que transbordar a unos pequeños botes de remos para entrar en la cueva. Si no llegas pronto, los botes a motor, que llevan 25/30 pasajeros, quedan ahí flotando a la deriva afuera de la gruta a la espera de los botes de remos, que llevan 4 a 6 pasajeros y si no te apuras quedas ahí meciéndote por horas al sol en las lanchas esperando tu turno.
Una vez en el bote a remos, el botero se asegura que todos estén acostados sobre el fondo pues no se puede entrar sentado, el techo de la boca de la gruta es muy bajo. El botero deja los remos y toma una cadena que cuelga del techo y entra en la gruta y con ella se impulsa hasta entrar y allí se incorpora de nuevo, pues la gruta, por adentro, es enorme. El suave oleaje golpea al bote contra el techo y las paredes al pasar por la abertura.
Una vez dentro, el agua se torna azul fluorescente, como una
piscina
iluminada desde abajo en una noche oscura. Ahora que lo pienso,
¡la gruta por dentro se ve como una piscina con iluminación por
debajo! Era impresionante para quienes la descubrieron cuando la
gente no tenía piscinas o para mi cuando tenía 10 años y la vi
por primera vez, pero la verdad es que parece … bueno, ya les
dije a qué se parece, ¡me cacho!. ¡Y los boteros ni siquiera
afinaban cuando cantaban Torna a Sorrento!
Para quienes nunca hubieran escuchado hablar de la Grotta Azurra (Gruta Azul), la cueva es enorme pero tiene una boca muy pequeña que apenas asoma por encima del agua pero que sigue hacia abajo no sé cuántos metros. La mayoría de la luz que entra en la cueva entra por esta abertura por debajo del agua, iluminando el agua desde abajo, dándole a todo ese tinte azul fluorescente. Pones la mano en el agua y se tiñe de azul brillante mientras el resto del brazo sigue a oscuras. Los otros botes parecen flotar en un fluido eléctrico.
De vuelta a la isla aprovechamos a almorzar en el puerto, en la parte baja de la isla, antes de tomar el funicular a la parte alta, allí los precios son mucho más baratos. Pedimos ensalada caprese, lo más apropiado dado el lugar. En la provincia de la Campania están muy orgullosos de su mozzarella di bufala, y la verdad es que es un orgullo bien merecido. Rodajas frescas de mozzarella, tomate y albahaca todo super fresco. Después, pasta: ravioles para Roxy y ñoquis para mi. Los ravioles eran lo que nosotros llamaríamos sorrentinos, lo cual no sería de extrañar pues Sorrento está enfrente de Capri, en tierra firme así que quizás fueran ravioles estilo sorrentino, y nosotros lo abreviamos en sorrentinos. El caso es que, como toda la pasta que comimos allí (excepto una) estaba perfectamente hecha, la verdad es que no sé cómo se las arreglan para que siempre les salga a punto.
La isla de Capri es bellísima. En un extremo de la isla están las ruinas de la villa del emperador Tiberio, andaluz de la entonces provincia romana Bética. Está a unos 300 metros sobre el nivel del mar. La villa se llama Villa Jovis y Tiberio jamás volvió a Roma una vez que se mudó a Capri. ¡Con esas vistas, no me extraña! El mayor volumen de la villa son unas tremendas cisternas para almacenar el agua de la poca lluvia que cae, un problema que aún padece.
Las vistas en toda la isla son magníficas. La isla cae a pico sobre el mar azul, y sigue cayendo hacia las profundidades. Hay muy pocas playas en la isla, aunque llamarlas playas es una exageración. Pero esto significa que no hay arena o sedimentos que las olas puedan revolver y enturbiar el agua de un azul puro e intenso. Hay varios parques con balcones sobre varios de los acantilados con espectaculares vistas hacia el horizonte o, del otro lado, hacia el resto de la bahía de Nápoles (Vesubio incluido) o el agua azul si te atreves a mirar abajo.
Capri tiene muchas casas de ricos y famosos y tiene también muchas tiendas y hoteles que los atienden. Hay un par de calles en el centro que están completamente llenas de negocios de las más reconocidas marcas de moda. Pocas de ellas tienen precios en sus productos, siguiendo el lema de que si tienes que preguntar, entonces no es para ti. Una de las tiendas sí tenía precios, tampoco eran para nosotros.
Pequeña y compacta como es la isla, las casas a pocos pasos del centro tienen sus pequeñas huertas y muchas tienen limoneros, un producto famoso de la zona, especialmente en la forma de Lemoncello, un licor de limón típico de la zona, que habitualmente lo envasan en botellas de las formas más variadas. Finalmente tomamos el ferry a Sorrento, nuevamente en tierra firme. No era temporada así que aún no había ferries hacia Positano o Amalfi como nos habían recomendado, para llegar a Sorrento en bus por el camino de la costa que dicen que es magnífico. Así pues, fuimos directamente a Sorrento y paseamos hasta después de la puesta del sol cuando tomamos el tren de vuelta a Nápoles.
Sorrento está en un altísimo acantilado sobre la bahía de Nápoles. La mayoría de la costa está ocupada por hoteles centenarios con jardines y balcones con vista a la bellísima bahía. Nos quedamos en Sorrento hasta la puesta del sol, viendo encenderse las luces de Nápoles y las poblaciones intermedias. Sorrento debe ser de esos lugares en que no querrías estar en alta temporada, debe estar atestado de gente, pero en esta época, con poca gente y esas vistas, era perfecto.
Para terminar, los dejo con una frase que vino en un chocolatín Baci:
El matrimonio es tal carga que se necesitan dos y en ocasiones tres personas para soportarlo.