El clima y la luz
Barcelona tiene un clima bastante parecido al de Buenos Aires. Las temperaturas máximas y mínimas tanto en invierno como en verano son muy similares, como así también lo es la humedad. Esto hace la zona mucho más cómoda que, por ejemplo, Madrid, donde en verano se llega fácilmente a los 40 grados y en invierno puede nevar, sino en la ciudad, pues por la cantidad de edificios calefaccionados y el calor que desprenden los vehículos la nieve ya no llega al suelo, sí en los lugares abiertos.
Barcelona, sin embargo, está a un poco más de 41 grados de latitud norte, comparados con los 34 y medio sur de Buenos Aires. Para dar una idea, es más o menos la latitud de Bariloche. En principio, cuanto más lejos del ecuador uno se encuentra y por tanto, más cerca de los polos, más frío, pero el Mediterráneo atempera mucho el clima. Madrid, con su clima tanto más extremo, está un grado más cerca del ecuador que Barcelona, o sea que la influencia del Mediterráneo es mucho más importante que la simple lejanía del trópico.
Vale la pena destacar algo que acabo de mencionar y que, en general, los argentinos no imaginamos. Usualmente asociamos el Mediterráneo con la costa sur de España y por lo tanto todo lo que está sobre el el mar lo suponemos al sur de Madrid. Eso es cierto para Andalucía, que es uno de los lugares más visitados por los turistas (Sevilla, Granada, Córdoba) y que más mencionan nuestros libros de historia, pues de ahí partían las naves que llegaban a nuestras costas o era de donde se regían los destinos de la entonces colonia (particularmente Cádiz y Sevilla). La mayor parte de la costa española sobre el Mediterráneo corre en dirección más norte-sur que `horizontal´ (este-oeste), y Barcelona está en el extremo de esta costa, llegando ya a Francia.
Disgresión aparte, hay algo donde la diferencia de latitud sí se nota y es en las horas de luz. Llegados a los círculos polares, a los 67 grados, en el invierno, el solo no asoma por sobre el horizonte. Cuanto más la latitud, más extrema es la duración del día y es allí donde Barcelona se diferencia de Buenos Aires. A pesar de su clima tan similar, en cuanto a temperatura y humedad, el invierno es más gris, más triste, el sol se oculta quizás una media horita más temprano y sale otro tanto más tarde. Una hora menos al día que se nota.
Pero también ocurre lo opuesto, en verano, el sol está más tiempo sobre el horizonte, y no artificialmente como cuando Ménem cambio la hora tanto que a las 11 de la noche era de día!
Afortunadamente, el frío y las noches cortas no coinciden. Mientras que la noche del solsticio de invierno es la más corta del año, esto es, cerca del 21 de diciembre, afortunadamente no es el día más frío. La Tierra tarda en enfriarse y aunque el sol escasee, el calor que la atmósfera, el mar y la tierra llevan acumulados, tarda en disiparse por lo que el peor de los fríos no llega hasta un mes después, con lo cual los dos bajones anímicos no coinciden. De hecho, el frío llega para cuando los días se van alargando y, aunque al cuerpo es la temperatura lo que más le afecta, al ánimo es la luz la que lo levanta.
También la zona se ve agraciada por los prunos, una especie de ciruelo silvestre que, al igual que los afamados cerezos japoneses, florece en pleno invierno. A principios de febrero ya comienzan a echar flores en sus ramas que, por lo demás, están totalmente peladas de follaje. Viendo los prunos en flor creo que entiendo por qué los japoneses tienen a sus cerezos en tan alta estima. Mucho antes de que llegue la primavera ya nos anuncian el calor que se acerca.