Tesoros templarios
Mucho se ha escrito y filmado sobre el tesoro de los caballeros
del temple, especialmente porque nunca se ha encontrado. Quizás
es que no haya nada que encontrar.
Los templarios formaron una de las primeras instituciones
bancarias multinacionales. Estando presentes tanto en Europa
como en Tierra Santa, aquellos peregrinos que iban a Jerusalén,
obtenían una carta de crédito en la `sucursal´ templaria cercana
a su origen para ser cobrada a su llegada a Tierra Santa. Muchos
peregrinos también ponían sus bienes bajo la administración de
la orden, para que cuidaran de ellos en su ausencia. Dadas las
vicisitudes del viaje, muchas cartas de crédito jamás eran
cobradas y las concesiones se extendían indefinidamente.
Un negocio, si se quiere menos loable, eran los préstamos. Dudo
que se les haya escapado a los grandes maestros de la orden la
posibilidad de colocar su capital a trabajar mediante el
préstamo y cobro de intereses. Difícilmente podrían haber
quedado al margen de tal negocio dado que los nobles guerreros
eran poco dados a administrar bien sus fortunas y constantemente
salían a pedir préstamos para solventar sus aventuras a aquellos
a quienes simplemente no podían saquear.
Como cualquier banquero sabe, y los templarios fueron los
primeros banqueros, un banco jamás tiene disponible todo el
dinero de los depósitos, pues el dinero invertido (préstamos,
acciones y otros instrumentos financieros) es más productivo que
aquel guardado en la caja fuerte. De hecho, las autoridades
financieras usualmente deben imponer un mínimo de capital que
los bancos deben retener, usualmente en las bóvedas de la misma
autoridad monetaria, para que los bancos no `jueguen´ con todo
su capital.
Los templarios, como banco, no tenían ninguna autoridad fiscal
superior que les impusiera un poco de prudencia. Más aún, la
misma autoridad civil, los nobles y príncipes, eran los más
despilfarradores y si algo le habrían exigido a la orden era que
les prestara más y más dinero.
Ahora bien, ¿dónde estaba el oro de la leyenda? Cuando hace unos
años visité Egipto y vi la máscara de oro de Tutankamón el guía
mencionó el peso que, traducido en Euros, al precio del oro en
aquel entonces, la mitad de lo que vale ahora, equivalía a un
apartamento mediano en Barcelona, al precio actual diríamos dos.
Fue sorprenderte darse cuenta que, salvo por su valor artístico
e histórico, esa pieza no valía tanto en términos económicos.
Para aquellos que saquearon las ciudades de medio oriente en las
cruzadas, los tesoros que encontraban no tenían valor histórico
o artístico y si tenían algún valor religioso, seguramente lo
despreciaban por lo que usualmente fundían las piezas para hacer
más fácil su transporte.
Por lo tanto, un par de siglos después de terminada la última
cruzada, con los templarios perdiendo sus procesiones de
oriente, con sus afamados tesoros que, a fin de cuentas no
valían tanto, empeñados en préstamos a príncipes y nobles,
muchos de ellos incobrables, la orden del temple no estaba mejor
de lo que los bancos han demostrado estar en esta reciente
crisis financiera.
Las autoridades, siendo juez y parte, concretamente la parte
deudora, tomaron la vía más rápida: la liquidación (literal) de
esta gran entidad financiera y la apropiación de sus activos, o
sea, los inmuebles que tenían por toda Europa. ¿El tesoro dónde
estaba? A lo largo de los siglos estos mismos nobles y sus
antecesores se lo habían ido gastando en guerras y más guerras
que los templarios estaban muy contentos de financiar. En ese
entonces, los nobles no tenían con los templarios más que
deudas, no podían cobrarle impuestos y ni siquiera podían
pedirle más préstamos, por lo que ya no era beneficioso
preservarlos. De un plumazo, liquidaron la orden y sus deudas.