Dicen los gringos, “no puedes enseñarle trucos nuevos a un perro viejo” y yo estoy bastante viejo, sin embargo, los otros días cambié la forma de atar los cordones de las zapatillas. Poca cosa, es cierto, pero me recordó que nunca es tarde para cambiar.
Siempre me había atado igual, sin pensar en lo que hacía. Ambas lazadas las hacía en el mismo sentido. Dado que cada lazada implica un ligero giro, la suma de los dos hacía que el moño quedara en ángulo. Con cordones lo suficientemente gruesos el moño quedaba vertical. Por el contrario, alternando las lazadas, una en un sentido, la otra en el otro, se compensan (más o menos) y el moño queda horizontal.
¿A qué viene tanto cuidado si yo nunca presté mucha atención a mi apariencia? Pues la cosa no está por el lado de la elegancia sino de la atención, la observación, el ver qué hago y reducir los automatismos, las cosas que uno hace porque siempre las hizo así. Estar presente, observar y, de ser posible, cambiar.
Más que nada, recordar que nunca es tarde para cambiar.