Es curioso que parte del espíritu ahorrador de los japoneses se deba, en parte, a su longevidad. Los japoneses son de los más longevos del planeta, lo cual trae sus inconvenientes: cuando mueren, la herencia va a sus hijos, que para esa altura ya están próximos a la jubilación. Su situación económica ya está establecida, tienen poco interés en comenzar un negocio o industria, de invertir ese capital en algo más productivo por lo que lo guardan, en ahorros simples, para heredárselo a su vez a sus hijos, cosa que normalmente no ocurrirá hasta que estos también estén próximos a la jubilación.

Es así como un enorme capital queda excluído de iniciativas emprendedoras, ayudando al estancamiento económico del país.

El gobierno estaba estudiando alentar a los japoneses a heredar a sus nietos, saltándose una generación, para que ese capital llegue a manos de gente en un rango de edades en la que pueda tomar iniciativas constructivas o, aunque más no fuera, lo despilfarrara, recirculando ese dinero pues, no en vano, el ocio también es una industria.