Españoles hablando inglés
Los españoles son de los europeos que menos idiomas hablan, algo de lo cual son muy conscientes y están medio resignados. En realidad, no es tan así, una buena proporción habla catalán, unos menos gallego y otros menos vasco (pues así es la población de las respectivas regiones), además del castellano que es común a todos. Entonces, no es que los españoles sean incapaces de hablar otro idioma, muchos lo hacen, aunque sea un idioma que no salga de las fronteras de su propia región y de poco les sirva para conectarse con el resto del mundo.
Aún los que sí hablan un poco de inglés lo hablan mal, con un acento bastante fuerte. El problema principal es que los españoles no tienen el oído acostumbrado. En España, las películas y series de televisión extranjeras se traducen, son escasos los cines que proyectan las películas en sus idiomas originales. Esto hace que los españoles no estén expuestos a oír otros idiomas como lo están los de otros países que, ya sea que por su escasa población no pueden afrontar el coste del doblaje o que por criterios artísticos, consideran la voz original del actor parte inseparable de la obra. Por ejemplo, pocos saben que el legendario actor James Steward tiene una voz espantosa o que Patrick Dempsey (Anatomía de Grey) no tiene la voz profunda y varonil con que lo doblan.
Un problema con el castellano es la escasa cantidad de sonidos que tiene, por ejemplo, sólo cinco sonidos vocálicos. Aún el catalán tiene 6 sonidos, no mucho más, pero al menos ofrece un poco más de variedad y el francés está plagado de sonidos intermedios todos ellos representados con las mismas 5 letras pero que cambian según la secuencia de vocales, la posición en la palabra o las marcas diacríticas.
El caso es que una de las primeras etapas del escuchar es discriminar los sonidos, identificar las letras individuales una a una. Esta es una habilidad que se aprende muy temprano, bastante antes de comenzar a hablar, y queda grabada en nuestros cerebros de por vida. Cuando esa habilidad queda consolidada, nuestro cerebro termina teniendo una serie de casillas discretas donde los sonidos van cayendo para ser reconocidos.
En castellano, esas casillas son pocas, por ejemplo, sólo cinco para las vocales. Los sonidos a medio camino entre una y otra casilla, por ejemplo, un sonido entre A y E o se decantan para un lado o para el otro y son reconocidos ya sea como A o como E, pero no como un sonido intermedio pues, simplemente, no lo discriminamos. Un francés, por el contrario, tiene un mayor número de casillas y puede discriminar más finamente aunque lo sigue haciendo dentro de los límites de su idioma, hay sonidos que no reconoce.
Lo dicho para las vocales también vale para las consonantes. No es que los chinos no puedan pronunciar la R, podrían si la pudieran reconocer, pero como en chino la R no existe, nunca la han escuchado o, mejor dicho, cuando la escuchan, termina cayendo no en una casilla para ella sola (que no existe) sino en la más cercana, que es la L.
Lo mismo nos ocurre a la mayoría de los occidentales con sonidos de otros idiomas, de allí, por ejemplo, que tengamos Gadafi y Kadafi pues, en realidad, esa primera consonante no es ni una cosa ni otra sino algo intermedio para la cual no tenemos una casilla en que clasificarla y según el oyente y cómo tenga sus casillas ubicadas dentro del espectro auditivo, le suena de una u otra forma y de allí la discrepancia en su escritura.
Esta habilidad se aprende temprano y basta, simplemente, que el bebe esté expuesto a esos sonidos para que los pueda reconocer. En España esto no ha ocurrido sino hasta recientemente donde la industria de la música nos ha expuesto a otros sonidos. Los jóvenes, aún cuando no entiendan lo que dicen, al imitar los sonidos del intérprete, comienzan a discriminar mejor y les permitiría, de intentarlo, hablar con un acento menos marcado que las generaciones anteriores.