El gobierno alemán se dispone a poner fecha límite para el cierre de sus centrales nucleares tras el desastre de las centrales japonesas. Seguramente muchos otros gobiernos harán lo mismo. Los anti-nucleares han triunfado, pero sin hacerse cargo de la parte de culpabilidad que les toca en este entuerto.

Gracias a la propaganda negativa que la energía nuclear ha recibido de los anti-nucleares, la industria nuclear ha sido de las menos favorecidas por los grandes adelantos tecnológicos de estas últimas décadas. Es cierto, la mayoría de las centrales nucleares en operación en el mundo están al límite de su vida útil y es mejor cerrarlas. Aún las centrales más nuevas siguen líneas de diseño anticuadas. Todo esto es el producto de una industria que ha debido desarrollarse en las sombras por la mala propaganda que ha recibido.

¿Cuántos jóvenes optarían por seguir una carrera en la industria nuclear? No es algo que se pueda decir con orgullo, quien lo admitiera se volvería un paria. Para empezar, dichas carreras son casi inexistentes. ¿Cuánta capacidad de innovación se ha perdido? La industria sigue en manos de aquellos profesionales formados hace décadas. La formación de la gente nueva se hace dentro del sistema existente, por las mismas industrias involucradas en ella y de mano de los veteranos. ¿Cómo se puede esperar que de esa industria surjan ideas nuevas si no hay sangre nueva que las alimente? Son más los gobiernos que han invertido en usos militares de la energía atómica que los que han invertido en sus usos pacíficos.

La postura principista casi religiosa de los anti-nucleares, que abominan la existencia misma de cualquier central nuclear, hace que cualquier debate sea inútil. Esto hace que todo lo relacionado con la industria nuclear deba ser manejado a escondidas. No es extraño, entonces, que haya tanto secretismo y que la industria esté plagada de complicidad entre productores y reguladores, pues son los activistas anti-nucleares los que lo han forzado a manejarse a escondidas. A partir de allí, de esa oscuridad en que no tienen más remedio que manejarse, es donde surgen las fallas de supervisión, la complacencia y la negligencia. Pues si los anti-nucleares ponen a los supervisores en el bando enemigo, simplemente por estar involucrados con una industria que aborrecen, no se puede esperar que estos supervisores defiendan nuestros intereses, los de todos nosotros, cuando que el público en general recela de ellos.

Por último, tenemos el caso del tratamiento de los residuos nucleares. Esto se ha hecho casi imposible. Es así que, por negarse a aceptar la habilitación de cementerios nucleares, los residuos se almacenan precariamente en las mismas centrales nucleares. La mayor contaminación en las centrales japonesas se han producido no en los reactores en sí sino en los piletones de almacenamiento de material usado. Estos piletones, que no debieran usarse sino para el almacenamiento temporal del material hasta que sea transportado al basurero permanente, estaban llenos de años y años de barras de combustible usado pero no por ello inerte.

No nos engañemos, la mayoría de los países no pueden afrontar la falta de sus centrales nucleares. Nuestro nivel de vida así lo exige. En el futuro, si hemos de pasar a vehículos eléctricos, este consumo no puede sino aumentar. No podemos seguir negando la existencia de una industria que, mal que nos pese, nos es indispensable.

Afortunadamente, son varias las empresas que están estudiando y algunas de ellas en etapa de hacer prototipos de centrales nucleares modernas, inherentemente seguras, que no requieren refrigeración permanente (lo que causó la catástrofe nipona), de tamaño reducido, selladas completamente y transportables ya listas desde las fábricas hasta su emplazamiento. Estas pequeñas centrales representan una generación totalmente distinta de centrales nucleares, con otra tecnología, actualizada al nivel del resto de las industrias de alta tecnología. Estas nuevas centrales podrían haber comenzado a incorporarse a las redes eléctricas hace ya un par de décadas sino fuera que todo desarrollo en este sentido estaba prácticamente proscrito. Sin apoyo estatal para investigación y desarrollo, sin recursos académicos y sin sangre nueva, habíamos logrado hacer como quien cubre una herida sin limpiarla previamente. La herida sigue allí, supurando y sin poder sanar.

En su momento deberemos agradecer a algunos pocos visionarios que se han dado cuenta que la energía nuclear no puede dejar de ser parte de la solución al problema energético si hemos de reducir la producción de gases contaminantes, y se han puesto a rediseñar una industria sin el prejuicio de `todo está mal´, para darnos una forma de energía limpia y, por sobre todo, segura.