Tal es el título de una obra de H.G.Wells, autor de historias tan conocidas como La Máquina del Tiempo, El Hombre Invisible o La Guerra de los Mundos. En esta historia, por circunstancias que no vienen al caso, un hombre duerme 203 años para encontrarse, gracias a las buenas inversiones de sus albaceas, dueño y señor de medio mundo, un mundo que no entiende. Curiosamente, Wells estaba bastante acertado en muchas predicciones aunque fallara en ciertos detalles.

Curiosamente, tenía el libro conmigo cuando estaba de viaje, esperando la partida de un vuelo en la nueva terminal del aeropuerto de Barcelona. Hacía poco que había comenzado a leerlo y estaba por la parte en que describía los lugares públicos que el durmiente iba descubriendo. En la novela, la ciudad de Londres estaba totalmente techada y la descripción de los lugares públicos se correspondía bastante acertadamente con la terminal en que me encontraba: un techo muy por encima de nuestras cabezas, abarcando áreas amplísimas, con puentes y pasarelas elevadas comunicando las distintas áreas, todo muy bien iluminado día y noche sin diferenciación, con superficies de un material translúcido, que Wells no define pero que en el aeropuerto era vidrio esmerilado y aceras rodantes.

En realidad, cuando digo libro, en realidad me refiero a un libro electrónico, un Kindle, en el cual leía la descripción que Wells hacía de un cilindro sobre el cual podía leer títulos de obras famosas. Cada cilindro contenía un libro, mientas que mi Kindle podría cargar cientos de ellos.

Otro cambio sustancial era la numeración basada no en el 10 sino en el 12, para lo cual se habían agregado dos símbolos extras para complementar los dígitos del 0 al 9 usados en el sistema decimal. Así la gente hablaba de docenas y de gruesas (una docena de docenas) y otras denominaciones para cantidades mayores. El caso es que en informática es habitual usar, en lugar del sistema decimal, el hexadecimal, compuesto de dieciseis, no de doce símbolos, para lo cual a los dígitos 0 a 9 se agregan las letras A a la F que se corresponden a los dígitos 10 al 15. Si bien le erró en la base (12 en lugar de 16) el cambio de base de numeración es cosa habitual entre los informáticos aunque las máquinas tienen la cortesía de traducirlo a decimal para nuestro consumo.

La ciudad se alimentaba de electricidad producida por molinos de viento que asomaban por encima del techo que cubría por completo a Londres. Es de suponer que Wells imaginaba estos molinos de aspas más rotundas que las estilizadas cuchillas de los molinos actuales, pero en esto tampoco andaba del todo desacertado.

El equivalente de la televisión, la “kinotele-fotografía” él lo imaginaba como una pantalla plana pero ovalada en lugar de rectangular.

El Támesis lo describe no muy diferente de lo que era en su época, y el `pool´ de Londres, el tramo del río entre el puente de Londres y el de la Torre, que en su época era el mayor puerto del mundo, lo imaginaba tan activo como entonces y lleno de gigantescos veleros de carga trayendo mercaderías de todos los rincones del planeta, e innumerables embarcaciones más pequeñas, estas sí a motor, maniobrando entre ellas, distribuyendo la carga a otros puertos.

Los pocos caminos fuera de Londres eran largas cintas de `Eadhamita´, un material que parecería ser una suerte de asfalto sintético. El nombre del material, siempre escrito en mayúscula, parece indicar que deriva del nombre de su inventor, como ocurre con el `macadam´, derivado del apellido de su inventor, un tal John Loudon McAdam, que luego fuera mejorado con el agregado de brea con lo cual se convirtió en el `tarmac´ por `tar´, en inglés `brea´ y `mac´ por el `macadam´, que es lo que llamamos pavimento asfaltado.

Obviamente, no existen los plásticos en ese mundo que Wells imagina, pero si algo parecido, cerámicas de diversas formas y colores. Cabe recordar que en su época, Inglaterra llevaba ya un par de siglos dominando la industria de la cerámica esmaltada, que, además de material decorativo servía para aplicaciones cotidianas.

Los aviones que él imagina, son versiones agigantadas de las máquinas voladoras de la época, armazones ligeros cubiertos de tela, propulsados a hélice, donde los pasajeros iban literalmente colgando de arneses, apenas protegidos del viento por lonas. Curiosamente, los tiempo de viaje que sugiere resultan en velocidades similares a las de los aviones actuales, para lo cual las lonas de protección servirían de poco y las hélices habrían dejado de funcionar mucho antes, pero en esa época nadie había alcanzado velocidades tan altas como para tener idea del problema.

Los aviones que describe tenían escasa maniobrabilidad, con motores que sonaban, literalmente, “throb, throb, throb, beat” lo que da idea de un ritmo muy pausado. Vuelan muy bajo y los motores o funcionan o no, de tal manera que el vuelo es un zig-zag en vertical, ascendiendo cuando el motor está encendido y planeando cuando no. Tanto lo pausado del ritmo de esos motores como la nula capacidad de regular su velocidad era típico de los motores de explosión de la época. Estos aviones despegaban de enormes plataformas elevadas sobre el terreno, apoyadas sobre una suerte de locomotoras sobre rieles que le ayudaban a ganar velocidad, siendo incapaces de despegar sin su ayuda, estando forzados a aterrizar en plataformas similares donde se dispusiera de tales locomotoras para volver a ser puestos en el aire.

Su visión del futuro no era tan amplia en cuanto a tolerancia racial. Su liberalismo le lleva a poner un personaje de ascendencia japonesa ante lo cual el protagonista, sorprendido, se entera de que el `peligro amarillo´ ya no existe, pero el mayor enemigo en la novela son los negros, las tropas senegalesas que invaden París y las Sudafricanas que son el último enemigo contra el cual deben enfrentarse.

Como dijera Niels Bohr, “prededir es muy difícil, especialmente sobre el futuro”.