Comida desperdiciada
En un reciente capítulo del programa Salvados se mostraba la cantidad de comida que se desperdicia. El conductor recorría un campo donde se recogían mandarinas mostrando frutos que habían sido descartados por pequeños defectos, muchas veces puramente estéticos, pues los mercados no se la aceptarían.
Parece un derroche inaceptable habiendo tantas familias en situaciones de precariedad.
Lo cierto es que las cosas estarían aún peor de ser enviadas a los mercados. La fruta o, en general, los productos que los supermercados no aceptan es porque no los podrían vender. Quedarían en el fondo de las cajas sin que nadie los llevara. Esto tiene un costo. Transportar mercadería que no se ha de vender es un consumo innecesario de recursos.
La sociedad en su conjunto no estaría mejor si se consumieran los recursos necesarios para descartar esos productos en los vertederos de las ciudades, a donde deben ser transportados luego de descartados en los mercados, en lugar de en el campo de origen.
Recuerdo que un amigo me contó que en la Biblia se estipula que el dueño de un olivar sólo puede hacer una recogida al año. Aquellas que maduraron pronto y cayeron al suelo o las aún verdes que quedan en los olivos no puede recogerlas antes o después de la cosecha principal. Estas han de quedar para que los pobres las puedan aprovechar.
Sería lindo imaginar extender este mecanismo a cualquier alimento. Lamentablemente la mayoría de la población vive en ciudades, lejos de los campos, y dependen de largas cadenas logísticas para abastecerse. Además, la mayoría de nosotros somos demasiado torpes para dejarnos sueltos por los campos, no creo que ningún campesino admitiera la intrusión de hordas de urbanitas en sus tierras.